lunes, 12 de noviembre de 2007

EL PUEBLO MAPUCHE



Los pobladores originarios de la Patagonia (al menos a este lado de la cordillera) fueron los tehuelches, indígenas mansos que los españoles conocieron desde sus primeras excursiones y que poblaban el extenso territorio de la costa y la meseta patagónicos. Pero según un lento proceso de penetración que comienza ya en el Siglo XVII, los mapuches (de allende la cordillera) fueron haciendo valer su presencia y dejando su impronta cultural. Comienzan, poco a poco, imponiendo su lengua y, luego, van ocupando de manera más estable la tierra, en la medida en que varias tribus migran hacia el este y se van radicando en la Patagonia argentina. Los mapuches estaban organizados en clanes o pequeñas agrupaciones (que raramente superan las cuatrocientas personas) y eran gobernados por un lonco o cacique. Se trata de un pueblo hondamente religioso que adora incondicionalmente a Nguenechén (y que todo lo remite a la divinidad), Dios supremo a cuyo gobierno se encuentran subordinados los nguenechenú (potestades de las aguas celestiales) y los huenein (fuerzas o energías distribuidas en la naturaleza como elementos protectores del hombre). Entre los espíritus maléficos se destaca sobre todo el Huecuvú, llamado también Hualichu, causante de diversos males que acechan siempre al hombre. La ceremonia religiosa más importante es el Nguillatún, en la que la comunidad mapuche expresa fuertemente su identidad y su unidad y encomienda familias, ganados y prosperidad a la benevolencia y al poder de Nguenechén. Ceferino Namuncurá vivió plenamente en esta organización tribal, su padre tuvo el rol de cacique y, como veremos, sucedió a Calfucurá en la coordinación de las huestes guerreras que debían hacer frente a la invasión del blanco, y participó de las creencias de su pueblo durante su infancia, mientras estuvo en Chimpay.

EL BEATO CEFERINO

Estampita de Ceferino donde se lo representa cubierto con un poncho y sosteniendo un rosario en la mano.
En 1976 el Episcopado dictamina que "Con respecto al culto que se tributa a Ceferino Namuncurá, la C.E.A. advierte que, como es de público conocimiento, se ha introducido la causa de beatificación pero, hasta el momento, no ha sido declarado santo por la Iglesia, y por lo tanto, no puede recibir culto público. Dicho culto es ilegítimo e incluso un obstáculo para el proceso de beatificación".
Fuente: - Equipo NAyA

CEFERINO NAMUNCURA

Es una de las devociones populares más importantes de la Argentina. Su culto fue inicialmente impulsado por los salesianos pero luego tomó su propio rumbo.
Nació en Chimpay, en el valle del Río Negro, el 26 de agosto de 1886 (día de San Ceferino). Fue el último hijo de una dinastía que dominaba el imperio de las pampas iniciada por su abuelo Calfuncurá, al que se le adjudicaban poderes sobrenaturales como controlar el clima en beneficio del repliegue de los malones a las tolderías.

El anciano cacique general Namuncurá junto a su hijo Ceferino (Foto Archivo General de la Nación).
El padre de Ceferino fue el cacique Manuel Namuncurá y su madre, una cautiva blanca llamada Rosario Burgos. Fue bautizado el 24 de diciembre de 1888 por el padre Domingo Milanesio, considerado como el gran "Apóstol de los indios".


Se dice que en su infancia Ceferino sufrió un accidente que casi le cuesta la vida, al caer en las aguas del río Negro. Creció en las tolderías de Chimpay, aprendió a manejar las boleadoras, la lanza y el arco. Su padre lo preparaba para ser su sucesor, defensor de las tierras y de los pocos indios que integraban, por aquel entonces, su tribu.
Fue enviado a Buenos Aires para estudiar cuando tenía 11 años. Por recomendación del ex presidente Luis Saenz Peña ingresa al Colegio Pío IX, de artes y oficios en septiembre de 1897. Se adaptó fácilmente al nuevo estilo de vida y luego de un año estuvo en condiciones de recibir la Sagrada Eucaristía, sabía leer y escribir correctamente y tenía un gran fervor religioso. El ideal que lo acompañaría en su corta vida estaba en la perfección, en buscarla, encontrarla, poseerla y enseñarla al prójimo, siendo Dios la suma de todas las perfecciones.
Luego de asistir a una conferencia sobre las misiones patagónicas, decide ingresar al Seminario y se lo comunica a su protector y amigo, monseñor Cagliero. No deseaba ser rey del imperio de sus ancestros, sino sólo un ministro del Señor para educar y evangelizar a sus hermanos indios. Comenzó a tener problemas de salud por el cambio de clima y el esfuerzo puesto en el estudio. Por este motivo lo envían a la escuela agrícola de Uribelarrea, en la provincia de Buenos Aires donde recupera la salud. La mejora fue aparente y lo trasladaron a una zona más propicia para detener el avance de la enfermedad: a la casa central de las misiones de la Patagonia, en Viedma. Allí lo nombran sacristán del colegio, estudia latín y enseñaba a los niños del lugar.
Cuando monseñor Cagliero fue llamado a Roma, decide llevarlo con él para completar su restablecimiento y que continuara sus estudios en un ambiente ideal para sus propósitos. Llega a Génova el 10 de agosto de 1904. Alternaba sus estudios con visitas a la campiña y a los museos. Tiene una audiencia con el Papa con otros treinta padres superiores de las casas salesianas. Al terminar la audiencia, el Papa Pío X lo llama y le regala un estuche con una medalla de plata. Visita Florencia y Milán y regresa a Turín para reiniciar el curso escolar, pero su salud se resintió nuevamente.
Lo trasladan al colegio salesiano de Villa Sora, en Frascati, cerca de Roma. Su salud está cada vez peor y debe renunciar a sus estudios. Muere el 11 de mayo de 1905 en el Hospital San Juan de Dios en Roma.
El culto
Sus restos volvieron al país en 1924 y reposan en Fortín Mercedes, cerca de Bahía Blanca, donde peregrinan cientos de fieles para solicitar su benevolencia y cumplir promesas. En 1945, teniendo en cuenta el movimiento popular de fe que acompaña su figura, se inician las gestiones para que sea beatificado.
Existe una claro y evidente culto público. Tanto su lugar de nacimiento como dónde está enterrado son lugares de peregrinación y culto. Existen tours organizados hacia esos destinos que se publicitan en los diarios porteños. Hay otros santuarios, especialmente en Patagonia, dónde la gente se detiene a rezar, encender velas, y dejar alguna ofrenda. La Chiesa Italiana de la calle Moreno 1633, en Buenos Aires recuerda a Ceferino los 11 de cada mes. Su culto se desliza entre el reconocimiento "semioficial" y la devoción popular

El liderazgo de Ceferino desde el servicio

Los compañeros de Ceferino han reconocido que él tenía influencia sobre ellos, que ejercía un liderazgo importante. Sin embargo, este liderazgo no era fruto de una imposición sobre los demás. Ni siquiera de la “voz de mando” o de hacer valer una eventual capacidad de persuasión a través del magnetismo personal o la facilidad para el discurso. No, Ceferino tenía un liderazgo hecho de mansedumbre y servicialidad. Ante todo, influía con su presencia, con su testimonio y con su ejemplo. Y luego, por su actitud de servicio. En efecto, nunca pretendió ser servido, sino que siempre trató de “ser útil”. Tanto en el estudio, como en los recreos, como ayudando en la catequesis de sus compañeros, como orando por su familia y su tribu.
Pero además, Ceferino fue un adolescente con mucha capacidad de iniciativa, que no solamente no se dejaba llevar por la “corriente”, sino que era capaz de proponer e inventar, como cuando en Viedma inaugura y dirige las carreras de barquitos en los canales y acequias de la chacra que popularmente era conocida como “la quinta de los curas” o como cuando enseñaba a andar a caballo a sus compañeros.
Por otra parte, en todo esto tenía, como hoy suele decirse, “un perfil muy bajo”. No iba en busca de un protagonismo centrado en su persona, sino que era una forma de estar presente en todo, pero con la actitud de quien da una mano, de quien pone a disposición de los demás sus buenas cualidades, sin darse ninguna importancia, sin la más mínima pretensión del reconocimiento o el elogio.
En otras ocasiones su servicialidad adoptaba la forma del “buen samaritano”, como cuando en sus últimos momentos –sin pensar en sí mismo- consolaba al joven enfermo traído a su habitación y lo encomendaba especialmente al enfermero y a los sacerdotes que lo visitaban.

LIBÉRATE

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con SILVINA KLAUZEN www.riojavirtual.com.ar

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