sábado, 8 de diciembre de 2007

El culto a María.


Algo que nos distingue a los cristianos - católicos es el amor que sentimos por la Virgen María; este amor, nace de la admiración que le tenemos por ser "la llena de gracia"; este título fue dado a María en la "Anunciación", Evangelio de San Lucas, Capítulo 1, vers. 26-38. Su vida de obediencia, de fe y de fidelidad nos impulsa a desear imitarla, también nos anima, pues siendo ella humana, logró la meta que todos perseguimos: por Jesucristo, con el Espíritu Santo, volver a la casa del Padre Celestial.
En la Sagrada Escritura, San Lucas pone en palabras de la misma María, Madre de Jesús, el anuncio de la forma en que los hombres la veríamos: "Celebra todo mi ser la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en el Dios que me salva porque quiso mirar la condición humilde de su esclava, en adelante, pues, todas las generaciones me llamarán bienaventurada" Lc 1,46-48
Vemos en este texto que se anuncia cómo en adelante la figura de María, sería importante para "todas las generaciones". Es el motivo por el que los cristianos le rendimos un culto especial que se llama de Veneración. El cuidado y protección de María se ha hecho sentir en la Iglesia desde sus comienzos, cuando el día de Pentecostés, ella se encontraba en medio de los apóstoles temerosos, rezando con ellos y animándolos en espera del Espíritu Santo. Desde entonces los hombres se sienten queridos y protegidos por una Madre amorosa que intercede por nosotros ante Dios y que nos guía con su ejemplo de vida para seguir a Jesucristo su Hijo hasta nuestro destino eterno.
Veneración.



Desde los tiempos máVeneración. Desde los tiempos más antiguos, se venera a la Santísima Virgen con el título de "Madre de Dios" y "Madre de la Iglesia", bajo cuya protección se acogen los fieles en todos sus peligros y necesidades. María, con cualquiera de los nombres o Advocaciones que le llamemos, es la misma Virgen María, Madre de Dios y Madre Nuestra.
El culto que se dedica a María se llama de veneración y es total y esencialmente diferente al culto de adoración que se da Jesús, al Padre y al Espíritu Santo. La piedad popular y las diferentes fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios, han de favorecer la fe y la adoración que debemos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Los cristianos creemos que ella además, intercede por nosotros como lo hizo en las "Bodas de Caná" (Jn 2, 1-12). Ante nuestras necesidades María pide ayuda a Jesús en nuestro nombre, pero sobre todo nos invita, como lo hizo entonces: "Hagan lo que él les mande". María, con su ejemplo nos impulsa a seguir a Jesús, a obedecer la voluntad del Padre y a ser dóciles a la acción del Espíritu Santo.










Madre de la Iglesia: María "colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia" (Concilio Vaticano II, LG 61). Esta maternidad de María perdura desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación y se mantuvo sin vacilar al pie de la Cruz. En Belén, María da a luz a su Hijo Jesús, comenzando su misión de Madre; en el Calvario, al pie de la Cruz donde Jesús entrega la vida por nosotros, María "da a luz" a la Iglesia, representada en la persona de San Juan "el discípulo amado" (Cf. Jn 19, 25-27).
La misión maternal de María para con los hombres no disminuye ni opaca la única mediación de Cristo. María influye en la salvación de los hombres por la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella. La única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente. (Cf. LG 62).

Predestinada: Dios envió a su Hijo, pero para formarle un cuerpo quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a una "virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María" (Lc 1, 26-27)
El Concilio se refiere a la importante misión de María con estas palabras: "El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida" (Vaticano II, LG 56)
María sobresale entre los humildes y los pobres del Señor que esperan de él con confianza la salvación y la acogen, con ella, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación. (Cf. LG 55).

Concibió Por Obra Y Gracia Del Espíritu Santo:
"Dijo María: ‘Yo soy la esclava del Señor; hágase en mí lo que has dicho" Lc 1, 38
La anunciación a María inaugura "la plenitud de los tiempos" (Ga 4,4), es decir, el cumplimiento de las promesas. María es invitada a concebir a aquel en quien habitará "corporalmente la plenitud de la divinidad" (Col 2,9).
La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo. El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina, él que es el Señor que da la vida, haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la suya.

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