lunes, 5 de noviembre de 2007

LA RIOJA MEDIATIZADA

Ahora bien, nos interesa la idea de hibridación porque subraya la convivencia de estructuras y hábitus que en apariencia no son demasiado compatibles y pese a que, a largo plazo y según Gramsci, se convierta en un híbrido que deje de verse como tal.
Al mediatizarse, La Rioja se des-localiza, es decir, se suma al "espíritu de una época", al decir de Ortiz y por lo tanto responde a una "civilización que minó las raíces geográficas de los hombres y de las cosas" (12).
A través de los consumos culturales, sede de luchas y competencias, encontramos en principio una suerte de línea divisoria entre jóvenes y adultos que se torna fundamental. Siguiendo a Bourdieu, sabemos que en el consumo y apropiación se manifiesta el hábitus al producir sentido según determinadas "categorías de percepción y apreciación" (13) y que esa práctica constituye, según Silverstone, un consumo privado (14).
¿Qué ocurre entre los adultos de más de 35 años con sus categorías de percepción y apreciación? Al parecer, continúan buscando en el pasado la forma de entender el presente y organizar el futuro aunque en el fondo sospechen de la ineficacia de esa vía. De allí el desconcierto y la impotencia, pero a la vez la preocupación por preservar la identidad más allá de las prácticas. Por ejemplo, los entrevistados consideran legítimo y justifican que en el pasado los consumos hayan estado subordinados a la autoridad, aún cuando se le reconozcan abusos: "y sí… mi padre era medio tirano" reconoce Humberto (67 años), a quien controlaron y castigaron corporalmente hasta que se casó. Humberto añora una disciplina que él no impuso como padre y, en el orden público, menciona a Augusto Pinochet y a Fidel Castro como figuras señeras. Sin incluir a sus hijos, dice que "hoy la juventud está perdida". Florentino, de 74 años e igualmente golpeado de chico, prioriza el diálogo porque aunque los niños actuales son "muy rebeldes (…) no se les puede aplicar la disciplina que nos han aplicado a nosotros".
Los padres de entre 35 y 50 años no difieren mayormente en sus criterios y en varios casos esperan que alguien, no ellos, ponga orden en lo que pasan por TV, en lo que ocurre en los boliches, etc. Es visible el esfuerzo que hacen muchos por adecuarse a los cambios como una forma de acercarse a los hijos y, por ejemplo, se resignan a que sean los más chicos quienes definan los consumos:
"Ellos nos quitan el TV, no nos dejan ver" comenta el padre de dos niños de 15 y 9 años. En otra familia, el hijo de 11 años nos cuenta: "Mi mamá dijo en general dos horas y después mi papá mandó dos, máximo 3. Nosotros… le dimos como cinco" y, según la madre, ella "secuestra" el televisor cuando vuelve del trabajo para ver el noticiero.
Si se ven en la obligación de imponer castigos, estos pasan entre los niños por quitarles la televisión y entre los adolescentes por impedirles salir, pero con bajo convencimiento: "Se los castiga, sí, y después nosotros aflojamos…" dice Pedro (40 años). Pero aún respecto de lo que se permite en la familia no hay un criterio uniforme. Es como si se actuara por contagio, según lo que hacen los demás padres del grupo al que quieren que sus hijos pertenezcan. En general, a los jóvenes se les controlan únicamente horarios. Comenta Pedro, padre de 5 hijos y de condición humilde, que deja salir a sus hijos mayores (10 y 8 años) porque "no podemos ser tan rudos, tan rústicos… tenimos (sic) que tener flexibilidad muchas veces".
Los hijos parecen haber conquistado un espacio propio primero a través de la televisión y luego mediante la integración en grupos y actividades fuera del hogar, y los padres parecen sentirse impotentes frente a ellos. Pero tampoco aciertan a ofrecer modelos de conducta coherentes con las normas que pregonan. Por ejemplo, los adultos varones entrevistados no leen. Sin embargo, parecen adherir a la visión tardíamente apocalíptica de Sartori de que la imagen embrutece (15) Como si no fuera parte del mismo proceso, Miguel (45 años), un "televidente pesado" (siguiendo la categoría de los "heavy viewers" de Gerbner), dice en la entrevista y frente a los hijos que "yo he abolido desde el día que nací la lectura". "María es pura imagen, pura imagen, no le gusta leer… tiene todos los síntomas de la TV" dice una mamá. Sin embargo, María manifiesta preferir la radio y la música o las reuniones con amigas de su misma edad, 12 años.
El consumo de televisión merma en la adolescencia a medida que aparecen otras actividades, pero la propia adolescencia parece estar empezando antes. Mientras que los varones de más de 60 años cuentan que su despertar sexual tenía lugar entre los 17 y 18 años, hoy la atracción por el sexo empieza entre los 11 y 12 años.
¿Y qué consumos prefieren estos jóvenes? Lo más pronto posible bailar, salir con amigos, escuchar música, viajar, los que pueden chatear por Internet y "hacer más amigos", ir al cine y ver televisión. Pero todo como diversión. Las respuestas son casi invariables: "¿Por qué?, porque me divierte".
Sólo entre los más grandes aparece una cierta preocupación por la información, pero con el fin de "no hacer el tonto" cuando están en un grupo. A muchos no les interesan las noticias. Son "aburridas", "siempre lo mismo" y, además, expresan que aunque algo llegue a preocuparlos "¿qué podría hacer yo?". A instancias de la escuela suelen buscar noticias sobre ecología.



Por propia iniciativa sólo abren el diario para ver los chistes, los horóscopos y los deportes si son varones. Con los adultos comparten el consumo más generalizado: noticias policiales, pero prefieren verlas por televisión "porque es más real, mirás, y es la imagen en movimiento". Un chico de 11 años cuenta que a él y sus hermanos los noticieros les causan "horror" pero los ven "si no hay otra" y les gusta "la parte de acción (…) cuando matan a la gente". Alejandra, de 18, dice que antes de ver un noticiero "prefiero escuchar música… o ver Tinelli". El único programa relacionado con la política que parece gustarles, "porque se ríe de los políticos", es "Caiga quien caiga" y Mario Pergolini comparte el cetro con el creador de "Videomatch" (Marcelo Tinelli).
Pero, no hay programas imperdibles, a excepción de los partidos de fútbol entre los varones y algunas novelas entre las mujeres. Los jóvenes se apoderan del control, luchan por él y parecen gozar haciendo zapping. El visionado es errático, aunque tienen claridad al manifestar lo que no les gusta. Si se trata de música, un ámbito que parecía generar largas e intensas fidelidades, escuchan "de todo" según la circunstancia. La radio es un medio cómodo como compañía, siempre que se limite a pasar música, y de diversión cuando da lugar al intercambio de saludos y mensajes en códigos cerrados.
Frente a la resistencia de los adultos, para los jóvenes las nuevas tecnologías, la mediatización, se han naturalizado, como si siempre hubieran estado allí. Su asombro era evidente en las entrevistas familiares, cuando los padres contaban sus propios consumos de veinte años atrás.
Las prácticas de consumo sectorizan, generan identidades, grupos, tribus, y aparecen en correlación directa con el origen familiar, el poder adquisitivo y el ámbito educativo. Se identifican con claridad por las marcas, las modas, los lugares y la actividad característica. No son lo mismo los skaters que los heavy, que los que usan motos de alta cilindrada, como no es lo mismo ir a un boliche que a otro. No es lo mismo, pero no hay referentes sólidos de identidad. Los ídolos pasan, hoy gustan, mañana no. De las grandes autoridades del pasado no queda nada.
De lo local no queda prácticamente nada, salvo el ámbito privado, de la familia nuclear y el grupo de amigos. Los consumos parecen funcionar como una operación de borramiento de ciertas dimensiones de lo local y un fuerte rechazo hacia lo público. MTV o las zapatillas Nike acortan las distancias reales y virtuales.
Mientras hoy la clase más alta se impone por su poder adquisitivo, lo importante parece ser hoy tener el dinero que garantice el acceso a los consumos. Su ausencia se vive como una verdadera frustración, una terrible desgracia, un quedar excluido de aquello que vale la pena disfrutar.

En este sentido, los jóvenes se acercan mucho a los adultos, ambos parecen coincidir en la necesidad de participar de esta "conversión ética" que trae aparejada la nueva lógica económica: no más "la moral ascética de la producción y de la acumulación fundada en la abstinencia, la sobriedad, el ahorro, el cálculo", ahora hay "una moral hedonista del consumo, fundada en el crédito, el gasto, el disfrute" (P. Bourdieu, op. cit., p. 312), aunque los consumos difieran y aunque, a diferencia de los adultos, los jóvenes no sientan culpa alguna por el placer.
Los jóvenes, con un estilo más flexible, parecen vivir un presente continuo; local sólo respecto de lo más próximo, de sus afectos, global en tanto que absolutamente posible y abierto tanto en el espacio real como en el virtual. En buena medida desanclados de esta comunidad híbrida y reanclados en grupos que pertenecen a una sociedad global.
Ambos, adultos y jóvenes, parecen encontrar un espacio de contacto dado por la convivencia en el ámbito privado. La resistencia a envejecer y el desconcierto frente a la inadecuación de los cánones tradicionales, probablemente están convirtiendo el tradicional marco familiar de dominación y sojuzgamiento en una relación entre pares. Es probable que esta ausencia de referentes fuertes, relevantes, significativos, tanto virtuales como reales, tanto locales como globales, esté afectando la estructura familiar, tanto como el sistema de representación. Tal vez estemos frente a un proceso rápido a través del cual se va socavando la autoridad (del padre, de las personas públicas, de los líderes sociales) por la pérdida de una legitimidad que ni siquiera los adultos intentan consagrar más que a nivel del discurso.

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